sábado, 30 de diciembre de 2023

Historias padre e hijo II



Era un día plomizo, de esos en los que amenaza lluvia.
Un padre y un hijo decidieron salir de paseo por aquel trozo de campo, cercano al lugar en el que vivían, y que todavía aguantaba el asedio del hormigón. Iban andando por un pequeño sendero hecho de chinos blancos, y que serpenteaba  a través de varios montículos, cuando se toparon con un banco de madera. Éste estaba colocado de forma estratégica en la cima de uno de aquellos promontorios. Ambos acordaron sentarse en él y miraron hacia el sur. Contemplaron un maravilloso mar de colores verdosos y azulados. Aquella maravillosa vista se mezclaba con los pensamientos de uno y otro: el hijo disfrutaba de aquel momento, que le regalaban sus ojos, de la ventaja del aquí y ahora sin cuestionamientos, de la percepción de la espiritualidad, que sólo los niños pueden sentir en plenitud. Por su parte, el padre andaba inmerso en sus problemas de adulto, que le alejaban del aquí y ahora, de la espiritualidad, y que acababan por imponerse a la belleza de aquel mar, que se encontraba frente a él, y a la vez, muy lejos de él.
Finalmente emprendieron el camino de vuelta. Descendieron aquel montículo, y se alejaron, lentamente, de aquel lugar para desembocar al final de un caminito, donde se encontraba otro banco, éste no ofrecía la misma belleza que el primero, al menos en apariencia, ya que daba a una pared yerma y tosca, que no invitaba, precisamente, a sentarse en él. Pero, fue entonces cuando el niño empezó a tirarle de la camiseta a su padre indicándole, con el dedo índice de la otra mano, que se sentaran allí, en ese banco, el cual había sido despojado del poder de la seducción para los viandantes. El padre, frunciendo el ceño, le dijo al niño:  - hijo, ¡ en este banco no se ve nada bonito!-. El niño no cejó en su empeño, y siguió insistiendo:  - venga, ¡Papá, por favor! ¡Vamos a sentarnos!- . El padre acabó cediendo y a regañadientes, acabó sentándose junto a su hijo al tiempo que le recriminaba -¿ Ves? ¡una pared fea, como te dije!- . El niño, con una leve sonrisa, le indicó a su padre, que mirase hacia el lugar, que marcaba su dedo índice. El padre giró la cabeza hacia la derecha, y levantó suavemente la mirada. Fue entonces cuando quedó completamente embelesado ante aquella imagen: Nubes blancas de algodón, que se combinaban con otras grises, una mezcla perfecta, que culminaban: el azul del cielo y los rayos del sol proyectando luz, a través de las rendijas de aquellas preciosas nubes. Un resultado casi pictórico, pero real, que escondía una enseñanza básica, la cual, los adultos vamos olvidando, a medida, que vamos abrazando la rutina en detrimento de la espontaneidad, y es que, nuestros problemas, en muchas ocasiones, se resolverían con un simple cambio de perspectiva ,de humildad y por supuesto ,del abrazo ,sin condiciones, a la inocencia, que parece  consumirse  con el pasar de los años, como lo hace la cera de una vela.

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