En el patio interior de la casa de mis abuelos cantaba sin cesar un pájaro de vivos colores: Rojo, amarillo, marrón se combinaban para dar un resultado casi Iconográfico. A mi me encantaba oírle cantar en aquel patio lleno de plantas y flores que mi abuela se encargaba de tener bien bonitas. Cada vez que me tenía que quedar en la casa de mis abuelos por motivos laborales de mis padres, aquellos días se acababan convirtiendo en mágicos: pasaba las horas muertas jugando en aquel frondoso patio y con el maravilloso canto de aquel pájaro de fondo. Había veces que me quedaba embelesado oyendo aquellos cantos: trinos interminables, cambios en la tonalidad, notas sostenidas..
Un día que fui al campo con mi padre oí cantar a muchos otros pájaros, no en vano, era primavera. Parecían alegres: cantando, saltando de árbol en árbol, picoteando alguna semilla o migaja de pan que pudiera haber por el suelo. Aquella imagen me entristeció porque todos aquellos pájaros volaban libres y felices, y el pájaro de mis abuelos no, él permanecía enjaulado y aunque su canto me seguía fascinando, no se me quitaba de la cabeza la idea de que aquel animal enjaulado, a pesar de que cantaba de maravilla, no era feliz. Así que en un descuido de mis abuelos, me acerqué a la jaula y sin pensarlo dos veces abrí su portezuela.Curiosamente, el pájaro permaneció en el interior, como si no hubiese ocurrido nada.Como no salía de su jaula, decidí introducir mi mano con el dedo índice extendido a modo de palito. El pájaro dio un saltito y dócilmente se posó en mi dedo, entonces saqué mi mano de la jaula y lo acerqué a un poyete de piedra. El pájaro dio un leve saltito y se situó encima de él. Estuve un buen rato observándole, parecía confuso: movía su cabecita en distintas direcciones, como queriendo buscar algo. Dio algunos picotazos en la piedra, pero ni emprendió el vuelo, ni me brindó uno de sus maravillosos cantos a los que me tenía acostumbrado, simplemente permaneció casi inmóvil. Así que pasado otro buen rato, lo volví a depositar en el interior de su jaula. Y entonces sucedió algo que me dejó atónito: el pájaro empezó a cantar con una belleza y una fuerza como nunca antes le había oído. Parecía como si me agradeciera el hecho de que le hubiese devuelto a su jaula. Me fui a mi casa pensativo por todo lo ocurrido. El día siguiente, era el comienzo del fin de semana, así que volví a la casa de mis abuelos, en esta ocasión acompañado de mi padre. Él entró en el salón de la casa de mis abuelos, mientras yo me quedaba, una vez más, embelesado con el canto de aquella criatura. Al rato sentí una mano que me tocaba el hombro, era mi padre que había regresado con una bolsita llena de alpiste, Me dijo: -¿Quieres que le demos de comer a Pavarotti?, que era el nombre que le habían puesto mis abuelos al pajarito por lo buen tenor que era, según me dijeron más tarde. Acepté encantado, pero advertí la necesidad de contarle lo que me había sucedido, pues sentía una mezcla de tristeza y culpa por lo que había hecho y extrañeza por la reacción del pajarito Me acerqué a él, y con la cabeza gacha , le conté lo que me había sucedido con el pajarito el día anterior. Mi Padre me miró con una sonrisa bonachona y me dijo: - ¿Eso es lo que te pasaba el otro día, mi vida? mira hijo, el pajarito se comporta como muchas personas: creen que son felices estando enjauladas, y si las sacas de ahí y les muestras la libertad, se sentirán confusas, temerosas y querrán regresar a lo que ya conocen ,porque el miedo a la libertad, a la novedad, las hace prisioneras sin barrotes. Para ellas la felicidad es estar enjauladas, o al menos, eso creen.
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