Nuestra sociedad ha evolucionado, en lo que respecta al estilo
educativo, aunque lo ha hecho de forma
radical. Hemos pasado de un estilo autoritario, basado en la rectitud y la
norma impuesta por los padres ,sin explicación previa, a un modelo laxo o
permisivo, en el que al niño “se le deja hacer” sin ponerle ninguna cortapisa o
límite, apelando a su bienestar, a un
supuesto desarrollo psicoafectivo y social…
Hay que recalcar y dejar claro que ambos estilos son negativos,
digamos que son los extremos de un continuo, de ahí la radicalidad
anteriormente apuntada. Pero, si negativos eran los dos estilos anteriores, más
nocivos son los estilos caracterizados por la ambivalencia, es decir, la
alternancia de un estilo autoritario con otro laxo o permisivo. Esto provocará
en el niño, joven o adolescente un tremendo desconcierto y, sobretodo, una gran
inseguridad e indefensión.
Los valores hacia cualquier cosa son transmitidos de padres a
hijos a través de la educación y aquellos relativos al consumo de drogas no son
una excepción.
Lo deseable seria un estilo educativo democrático, es decir, aquel
que se encuentra a medio camino entre el polo permisivo y el autoritario, ya
que, si bien, la permisividad da vía libre al consumo de drogas por inacción de los progenitores, la
prohibición absoluta sin explicación, impuesta por el modelo autoritario, puede
hacer que EL joven o adolescente desee todo aquello que se le prohíbe. Esta,
sin duda, es una característica que muestran muchos jóvenes y adolescentes,
esto es, la atracción por lo prohibido y desconocido.
Ahora bien, hay otras dos actitudes ,mostradas por l@s
Madres/padres, hacia la prevención del
consumo de sustancias psicoactivas, estas son, por un lado, la indiferencia y por otro la doble moral, más dañinas, si cabe,
que los dos extremos apuntados anteriormente( permisivo y autoritario). El caso
de la indiferencia transciende a la permisividad, ya que, si en esta se permite
el consumo, en aquella se muestra la desidia de los progenitores, esto es, les
da igual lo que hagan sus hijos con respecto al consumo de drogas. Finalmente
en la cúspide del daño hacia la prevención en el consumo de sustancias
psicoactivas se encontraría la actitud de doble moral, aquella que supone la
contradicción entre lo que se dice y lo que se hace, ya que, supone hacer lo
que yo digo pero no lo que yo hago. Y ya
sabemos que no predicar con ejemplo es
la peor de las enseñanzas. No deberíamos prohibirles, por ejemplo, el tabaco y
el alcohol mientras fumamos un cigarrillo y sostenemos una copa de vino, con el
único argumento de que es malo para la salud, o bien, que el menor es demasiado
pequeño para hacerlo. En el menor podrán surgir preguntas del tipo: “si es malo
para la salud ¿Tú por qué lo haces?, ¿Por qué tú si y yo no? ¿Cuándo sea mayor
podré hacer lo mismo que tú? Vemos que la mera prohibición sin explicación
puede provocar ,en el menor, una gran confusión respecto al consumo de
sustancias psicoactivas. Debemos tener en cuenta que a estas edades, es decir,
infancia y preadolescencia, los niñ@s suelen actuar por imitación, por ejemplo:
si preguntamos a un menor :¿De qué equipo eres?, Muy probablemente responderá
que él/ella es del mismo equipo que el de su padre o su madre, de la misma
manera, cada vez que actuamos de una determinada forma ellos imitarán nuestras
conductas, esto es, si decimos una palabra mal sonante(palabrota) en un momento
de desesperación, ell@s entenderán que así tiene que ser y ejecutarán la misma
acción en las mismas circunstancias. Cada vez que vamos a un bar o restaurante
y tomamos alcohol, por ejemplo, indirectamente estamos mandándoles una señal de
normalización de la situación, es decir, no se le da importancia a su consumo,
forma parte de las relaciones de los “mayores”. Banalizamos el consumo de una
sustancia que puede tener consecuencias
desastrosas en el futuro de la vida de ese menor, máxime si no hay una explicación previa de sus posibles daños.
Pero, ¿no me puedo tomar una copa delante de mi Hij@? Es la
pregunta que muchos padres me hacen cuando les explico las consecuencias perniciosas que pueden tener sobre nuestr@s
hij@s una actitud de doble moral. La respuesta es compleja y dependerá, en gran
medida, del tipo educativo que tomemos. Veámoslo con dos posibles ejemplos:
1º Supongamos que El padre de Pablo, niño de 8 años, suele beber
alguna copa de vino cuando come, e incluso ingiere alguna bebida de alta
graduación cuando alterna con amigos. Su madre sigue una pauta similar, es
decir, a veces toma cerveza a la hora de comer, y cuando charla en alguna
fiesta bebe algún preparado de alta graduación. Pues bien, un día Pablo a la
hora de comer, les hace la gran pregunta ¿Puedo probar esa bebida Mamá/Papá? Si
los padres optan por una actitud democrática, mantendrán ,con él ,una charla sobre
el alcohol. Le podrán decir, entre otras cosas, que él no debería de beber
porque su cabecita todavía no está preparada para ello y que esas bebidas, al
igual que los pasteles, cuando tomas demasiado puede hacerte mucho daño: Te
dolerá la barriguita, tendrás ganas de vomitar, puedes hacerte daño a ti y a los que te rodean...
Estas charlas deberían de ser periódicas, es decir, no todos los
días, sino, más bien, cuando surja la ocasión de forma natural, o bien
precipitar algunas charlas sobre este asunto. Es más eficaz varias charlas que
se dilaten en el tiempo, pongamos por caso varias al año, que muchas muy
seguidas para posteriormente no volver a tocar el tema.
2º Supongamos, ahora, el mismo caso que el anterior, pero con la
salvedad de que llegado el momento de la gran pregunta, los padres de Pablo optan
por prohibir sin más esa sustancia, apelando a la edad de Pablo.
Cuando Pablo crezca y alcance la adolescencia y sienta la presión
del grupo de iguales, este, en el primer caso, tendrá una referencia de lo que
le puede pasar si ingiere alcohol y, caso de hacerlo, tendrá más probabilidades
de contarle su experiencia a sus padres que en el segundo caso, en el cual
podrá sentirse confuso e indefenso y con muy baja probabilidad de apoyarse en
sus padres a la hora de expresarle sus sentimientos por lo ocurrido.
Si bien estos son dos ejemplos ficticios de una multitud de posibles casos, hay que dejar claro que
el prohibir sin explicación no lleva necesariamente a la adicción, pero sí,
eleva sobremanera las probabilidades de ella y ante determinadas variables de
personalidad, del ambiente familiar y social que rodea a la persona, estas actitudes de
educación que se alejan del modelo democrático, se convierten en un factor de
riesgo en el consumo de sustancias psicoactivas.
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